AL ALBA
Mentiría si dijera que no
tengo miedo. Si piso tan fuerte al caminar es para evitar que el temblor de mis
piernas me delate. Lo mismo ocurre con los grilletes, por eso los agarro como
si colgara de ellos. Al salir al exterior no consigo abrir los ojos, calculo
que llevo más tres semanas encerrado en este agujero. Sin embargo, cuando los
rayos de sol acarician mi magullada piel siento renacer mi confianza. Es como
el abrazo de una madre a un niño que llora desconsolado. El verdugo, un tipo
enorme que huele aún peor que yo, me empuja y destroza el momento de paz que
había logrado. Es igual, levanto la barbilla y me estiro tratando de mantener
un porte altivo.
Atravesamos la puerta de
los condenados. Mis pupilas ya están consiguiendo adaptarse a la claridad. Allí
están todos, la villa entera ha acudido a presenciar el espectáculo. Sin
embargo, esta vez es diferente. No escucho ni los gritos ni los abucheos
habitúales con los que el pueblo suele saludar al reo. Tan solo percibo un
murmullo sordo aderezado por llantos silenciosos. Cientos de ojos me observan
mientras avanzo semi desnudo con mis ropas sucias y destrozadas, con mi carne
mancillada por la intensa tortura a la que ha sido sometida. No obstante, mi
espíritu está intacto. No han conseguido doblegarme, aunque crean que sí.
Levanto la vista y lo
veo. Allí está, junto a la horca. Vestido para ocasión. Con su capa roja y sus
calzas doradas. Custodiado por tres de sus hombres y el capitán de la guardia. Distingo
su estúpida sonrisa. Él cree que ha triunfado, que ha logrado someterme, que la
rebelión que inicié hace años desaparecerá cuando hinque la rodilla. Pero no lo
haré. No claudicaré y, ahora que lo tengo tan cerca, tal vez, si Dios me ayuda,
pueda culminar mi venganza y hacer justicia.
Descubro a mi esposa en
primera fila. Con mi pequeña en brazos y mi primogénito agarrando su mano. La
muchedumbre les deja espacio y forma un semicírculo donde nadie los empuja. Los
ojos de mi hijo están bañados en lágrimas, pero no los de mi amada. Ella tiene
la habilidad de hablarme sin mover los labios. En su rostro hay reproche y
admiración al mismo tiempo, resignación ante lo inevitable. Sabe que anoche la
mentí para engañar a mi enemigo. El mismo que tuvo la desfachatez de enviármela
para tratar de convencerme. El mismo cobarde que escuchaba la conversación
escondido tras el muro.
Soy consciente de que
ella no lo entiende. ¿Pero cómo voy a arrodillarme ante ese monstruo? ¿Qué
imagen voy a dar a mis hijos? ¿Y qué ocurre con las viudas de los hombres que
dieron su vida por mi causa? Por mi loca idea de libertad. ¿Cómo se lo explico
a sus huérfanos? No, lo siento amada mía, no puedo. Sabe Dios que me gustaría.
Volver a mi hogar junto a ti y criar a nuestros retoños. Verlos crecer y verlos
marcharse para formar sus propias familias. Envejecer juntos. Pero no puedo, ya
no. Elegí otra cosa. Elegí luchar por un futuro mejor, por un reino justo y
noble. Y, si ahora me someto, ese sueño desaparecerá; los muertos, los años de
lucha, las noches que hemos pasado lejos de nuestras familias… Todo habrá sido
en vano. No obstante, si logro aguantar la compostura, si no me dejo vencer por
el miedo; nuestra quimera sobrevivirá para convertirse en leyenda. En una
historia indestructible en la cual hombres y mujeres se atrevieron a
enfrentarse a la injusticia y rompieron sus cadenas. Incluso es posible que
transcienda a las generaciones futuras.
Unos dedos me agarran y
me detengo a poco más de un metro de mi enemigo. Extiende su mano esperando que
me humille y que realice el ritual de vasallaje. Es el momento, siento el peso
del miedo y de la responsabilidad. El capitán de la guardia me observa
concentrado. Parece que sospecha de mis verdaderas intenciones. Los dos somos
soldados y nos conocemos. El hecho de haber combatido entre nosotros durante
años ha forjado una extraña relación. Basada en el respeto y en la admiración.
Podría decirse que somos enemigos íntimos. Estoy convencido de que, en otras
circunstancias, hubiéramos sido grandes amigos.
Mis piernas comienzan a
temblar. Sería tan fácil arrodillarse y largarme con mis seres queridos. Pero
no lo haré. Siento la adrenalina fluir por mis venas, la furia que se apodera
del guerrero antes de entrar en combate y me abalanzo sobre el déspota
dispuesto a estrangularlo con las cadenas que unen los grilletes. Me siento
débil y me duelen todos los huesos, mas sé que puedo acabar con él. Tan solo
tengo que rodear su emperifollado cuello y apretar. El tiempo se ralentiza. Por
un instante creo que lo voy a lograr. Sin embargo, una mano protegida por un
guantelete me detiene y aprieta mi mandíbula. Algo ardiente atraviesa mis
costillas y pulmones. No puedo respirar y el sabor de la sangre inunda mi
paladar. Ha sido el capitán. Mis fuerzas me abandonan y siento que me derrumbo.
No obstante, mi respetado adversario me sujeta. Mantiene su daga y su agarre en
tensión; evitando que me desplome, dándome una muerte digna. Nuestras miradas
se cruzan. Trato de darle las gracias con un gesto y él asiente. Mi respeto por
él aumenta.
Mis sentidos me
abandonan. Las tinieblas me envuelven y La Parca me espera, percibo su
presencia cerca de mí. A pesar de ello, puedo escuchar el bramido del pueblo
abalanzándose sobre su opresor y el grito de guerra de mis hombres. Así que no
puedo dejar de sonreír mientras la dama de la noche me arrastra a sus dominios.